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Entre el bien y el mal, la lucha de los buenos.

Entre el bien y el mal, la lucha de los buenos.

Mucho hubo de batallar el cubano para eliminar el plan de machete de los campos de esta isla. Más de cien años de lucha, primero contra el español, después, contra el entreguismo de los que plegaron las banderas mambisas a la intervención yanqui, y finalmente, contra los que forzaron las esperanzas democráticas para practicar unas de las dictaduras más sangrientas que conoció América Latina en el siglo XX.

Primero, Machado, Batista después; ambos sátrapas carniceros con miles de muertos sobre sus nombres, asunto para no olvidar mientras exista la historia humana y no se pierda el legado de experiencia tan terrible que ha de alertar a los hombres del presente.
"Asno con garras", llamó el poeta y político Rubén Martínez Villena a Gerardo Machado y Morales. Asno con garras teñidas por la sangre de las generaciones heroicas de los años 30, empeñadas en darle a la patria el sentido democrático por el que tanto se luchó en el campo insurrecto.
Dos veces, Batista, hombre cobarde, simulador y renuente al color de los humildes- que tanto se esforzó en ocultar a base de baños y continuos estirones de aquel pelo que se empeñaba en enrollarse- secuestró la democracia cubana para someterla a los retorcidos designios de sus acólitos y, por supuesto, a los del capital norteamericano.
Más de 20 mil cubanos fueron asesinados por el régimen de Fulgencio con el fin de mantener el estatus de espanto que privilegiaba a militares, politiqueros, banqueros, empresarios, mafiosos y ladrones de cuellos blancos, mientras sumía a más del 80% del campesinado cubano en la humillación de la renta, el plan de machete y el desalojo.
Aun existen seguidores de tan atroz indecencia; son los que se empeñan en demostrar que Cuba figuraba entre los países más desarrollados de América Latina y el Caribe. iQue ironía!
¿Cómo pudimos ser desarrollados si éramos analfabetos, si la población de campos y ciudades, era víctima de terratenientes y casatenientes; si la esperanza de vida de los humildes no sobrepasaba los cincuenta años, si los chicos del campo perecían víctimas de enfermedades curables y parasitismo, si el tiempo muerto mataba las esperanzas de miles de obreros de llevar al hogar el sustento de la familia?
Una pregunta muy larga, lo sé; tan larga como los males que encierra pero, curiosamente, respondida en su totalidad por los jóvenes que asaltaron las fortalezas militares de Oriente en 1953, sufrieron prisión, destierro, navegaron en un yate por las aguas del Caribe encrespado, alcanzaron las montañas y bajaron victoriosos en 1959 para erradicar la ignominia y la desdicha de esta tierra sufrida.
Incluso, Kennedy, presidente norteamericano que lanzara sobre la isla una invasión heredada, apenas 16 meses después de la victoria del pueblo, reconoció la necesidad que tenía Cuba de hacer la Revolución.
iCuantos excesos para que el cabecilla de las ideas más agresivas del orbe inclinara la frente y reconociera la necesidad moral de un pueblo para revelarse!
La Revolución, nunca fue perfecta. Como toda obra humana, el idealismo, el exceso de confianza y los errores, hicieron que no pocas veces marrara el cálculo. Son verdades difíciles de reconocer, sobre todo para los que sienten que le deben un poco de lo que son, desde el pedestal pequeño de la humildad que los hace grandes. Verdades difíciles, pero necesarias.
Lo que no podrá decir ningún hijo de esta isla, sin cometer una pifia moral imperdonable, es que la Revolución, en su imperfección, no fue generosa.
Tantos ejemplos de bondad- dañina, a veces- no precisan anuncios.
Hoy nos preocupan otros males, surgidos de las dificultades económicas, del tormento enardecido por mantenernos libres en medio de amenazas externas y, también, de la tolerancia que, por más de medio siglo ha preferido apelar a la consciencia, en vez del castigo.
Decir que la Revolución se equivocó, que sus conquistas fueron inciertas, sería mezquino. Decir que nos equivocamos, que olvidamos tanto amor para, en tiempos difíciles, sacarnos del pecho el animal ingrato del egoísmo, sería hacer justicia.
Se peleó mucho en Cuba para que un guardia rural no le diera un planazo a un padre de familia, sin embargo, existen cuatreros en nuestros campos; se peleó muy duro para que ningún policía asesinara a un joven y lo lanzara, mutilado, en un camino vecinal; sin embargo, ciertos jóvenes- y no tan jóvenes- ignoran tan supremo sacrificio y, en vez de la urbanidad orgullosa, del músculo que forja y del saber que ennoblece y empina, liban los néctares perniciosos que provocan la reyerta y destruyen lo que tanto costó construir.
Algunos de los que libraron batallas, se desalientan; borran de la memoria que los patriotas no renuncian jamás.
Si los que decidimos quedarnos en esta isla- el escritor, el periodista, el maestro, el arquitecto, el obrero, el campesino, el médico, habitantes de pequeños pueblitos diseminados por nuestra geografía decidieran dar todo por perdido, entonces, ¿A quién entregaríamos el timón?, ¿Quiénes serán los que aprovechen el desaliento de los buenos para apoltronar a un nuevo Machado, o un nuevo Batista?
Es cierto: la batalla es difícil y, por momentos, amedrenta. En una guerra, por lo general, sabemos que el enemigo está al frente y que luchará a muerte por doblegarnos. Para eso estamos preparados.
En esta lucha por resembrar el amor y el decoro perdidos en el corazón de los compatriotas que se amilanan y en la mente tierna de nuestra niñez y nuestra juventud, hay muchos peligros, muchos obstáculos y veinte años de dificultades que pesan tanto o más que mil planetas. Si nos alejamos del campo de batalla, otros lo ocuparán; si persistimos, habrá un futuro que, quizás, nuestra generación no pueda ver, pero no por ello los tiempos por venir han de ser menos tangibles.

Epílogo.
Mañana, al alba, cuando te levantes para ir al trabajo, más que regañar a tus hijos, reprocharles la llegada tarde de la noche anterior, incomprender sus peinados y maldecir de impotencia por sus actitudes rebeldes, llénate de valor, ofréceles tu amistad y solidarízalos con tu lucha, con tu legado y con la capacidad que tienen los seres humanos- incluso, los peores- para distinguir en momentos definitorios de sus vidas la diferencia entre el bien y el mal.
Puede que, con esa actitud, sin saberlo, estés dando el primer paso que ha de salvar el legado de más de 100 años de lucha que atesora la patria.
Somos miles, millones de cubanos, si todos lo hacemos, quien sabe...
Vale la pena intentarlo.

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