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Devolviendo vida; gracias, Revolución.

Devolviendo vida; gracias, Revolución.

Adair Rodríguez Páez tiene seis años y vive en la comunidad "20 de Mayo", municipio de Guane. Como todos los niños de su edad, juega, salta y ríe.
Desafortunadamente, no siempre fue así: un 4 de octubre del 2006, como para confirmar esas fatídicas estadísticas médicas que hablan de accidentes que sufren los niños con sustancias abrasivas, Adair ingirió sosa caústica, y desde entonces su vida derivó por un camino penoso que lo llevará, hasta el umbral del fin.
Trasladado de urgencia al Hospital Pediátrico "Pepe Portilla" en Pinar del Río, fue sometido a tratamientos diversos y técnicas radiográficas que confirmaron lesiones corrosivas en la orofaringe, la laringe y el esófago. A pesar de los esfuerzos médicos, la sustancia destruyó los tejidos de su esófago de forma irremediable.
Casi de inmediato, se presentó la estenosis, estrechamiento paulatino que sufre el esófago en estos casos, hasta inhibir el paso de alimentos o líquidos al estómago. Los médicos decidieron realizar una gastrostomía; colocación de un conducto abdominal para conseguir nutrirlo, mientras lo preparaban para pruebas mayores. Veintiún días después, en el Hospital Pediátrico, "William Soler", se sometió a la primera de las noventa y nueve dilataciones de esófago que le practicaran.
Los facultativos llegaron al consenso de que, tal técnica, que solo remediaba el problema por espacio de dos semanas, no solucionaría las expectativas de vida del pequeño. Ante médicos y familiares se presentó una disyuntiva: operar y tener una posibilidad para Adair, o continuar con un proceder que lo llevaría inexorablemente a la muerte... todos optaron por correr el riesgo.
Tras siete horas en el quirófano, su esófago fue sustituido por una sesión del intestino delgado, tratamiento conocido por plastia de esófago. Después vinieron días de gravedad, terapia intensiva y mucha incertidumbre, que poco a poco cedió para dar paso a la mejoría y a la alegría familiar.
Trescientas doce horas después, los facultativos aprobaron la primera nutrición vía oral en cuatro años, consistente en pastas ligeras y jugos; diez y siete días después, en asombrosa mejoría, ya podía comer como las demás personas.
Luego de permanecer dos meses hospitalizado, dijo adiós al "William Soler" y a los cirujanos que le ahuyentaran sus dolores y le devolvieran la esperanza.
Como para demostrar cuan de cierto hay en estas líneas, Adair venció su timidez y aceptó ingerir su merienda de la tarde ante nuestros ojos. Minutos después, lo sorprendimos saboreando el primer mango después de cuatro años, de no saber de sabores, ni de frutas, ni de golosinas.
Aun dependiente de su abuela, quien lo ha acompañado en esta odisea, Adair intenta dejar atrás un tiempo de dolor que lo apartara de las cosas que un niño hace cuando tiene su edad.
Sin dudas, uno de esos prodigios de la ciencia médica cubana, a los que todos en la isla estamos acostumbrados, solo pagado con la sonrisa de un niño campesino que hoy puede mirar confiado al futuro.

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