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Mantua Visión

De mutuo acuerdo.

De mutuo acuerdo.

“Solo si se sabe se puede divisar el bien”, dijo el filosofo griego, Sócrates y tal frase, fruto de verdades que han resistido los embates de contextos diversos a lo largo de siglos de existencia humana, hoy nos llama a la puerta para reclamarnos la cuota necesaria de raciocinio para interpretarla y obrar en consecuencia.

Según Marx, el primer hecho de la historia humana fue el momento mismo de la creación del primer instrumento de trabajo; desde entonces el género humano ha venido acumulando conocimientos que lo llevaron a descomponer el átomo y llegar a las estrellas. De modo que el conocimiento podría compararse con una pirámide que se multiplica cuadráticamente en la medida en que una generación se impulsa sobre los logros de la que la antecede y así, sucesivamente.

Sin embargo, este modelo dialéctico sufre estragos debido entre otras cosas a viejos y arraigados antivalores que escapan al visor social, para debilitar la estructura de cognición acumulativa de la sociedad y paralizar, cada vez con mayor frecuencia, procesos científicos, culturales y productivos.

El anticonocimiento es una forma curiosa de antivalor, que niega total o parcialmente el discernimiento y el mejoramiento humano, en nombre – caso increíble – del progreso. ¿Enredado, verdad?
Pues bien, este antivalor se manifiesta de diversas formas con el denominador común de causar estragos en cualquier ámbito donde se desarrolle. El anticonocimiento es, para acotar el término, moción propia de algunos sectores empeñados en “el avance sin riesgos” y la no experimentación como estrategia. De tal forma son relegados proyectos, teorías, visiones y modelos que anteceden al desarrollo integral y podrían  revolucionar la percepción, el pensamiento y los enfoques acerca de determinados problemas del mundo contemporáneo.

El factor humano, fuente de valores y antivalores, tiene responsabilidad total en este entramado de ideas. Engels dijo que, “una necesidad de la producción mueve más al desarrollo técnico que diez universidades juntas”; esto, a pesar de ser una verdad a medias que no refleja la reciprocidad demostrada entre la ciencia y la técnica, es preferible al estancamiento que causa la negación del conocimiento, la incapacidad, la indolencia y la negativa a enfrentar compromisos e ideas novedosas en bien de todos.

Negar la redondez de la tierra fue uno de los ejemplos más significativos del anticonocimiento en función de aplastar los intentos de desarrollo.

La negación del conocimiento no debe ser reconocida como categoría filosófica, sino como resultado de errores, liderazgos equívocos, y perfiles no aptos para dirigir procesos tecnológicos, económicos, productivos y sociales. Los deslices en el liderazgo social conducen irremediablemente al freno y la pérdida de las iniciativas, en pos de la materialización de ideas y sueños surgidos del pensamiento social más avanzado. Influye también en esta especie de embrollo un grupo de códigos sexuales, machistas y de género que hacen de la complejidad humana un mecanismo demoledor del conocimiento en función del progreso.

Digamos por ejemplo, un ingeniero especialista en producción de azúcar es nombrado director de un complejo cultural: situación peliaguda, aparentemente inocua, que puede transitar por varias disimilitudes: la más feliz, sería encontrar un profesional no apto desde el punto de vista técnico para dirigir un proceso artístico, pero con una flexibilidad extraordinaria para asimilar, comprender, escuchar y perfilar proyectos en base a la experiencia que acumula el grupo social que encabeza. La segunda no es necesario explicarla; basta el título sugerente de un film: Doomsday – o sea “El día del juicio final” –, para el colectivo al que le tocó tal genio profesional.

Otro ejemplo más sencillo, sufrido por muchos, es el del especialista en economía que no reconoce el talento de un literato conferencista, alegando que lo que éste realiza no es una actividad cultural, sino simplemente hablar de un libro y eso “lo hace cualquiera”. Sin comentarios.

Millones de ejemplos podrían ilustrar el anticonocimiento como valor negativo, esgrimido por aquellos que, alegando cumplir políticas económicas, regulaciones sociales y líneas laborales, en realidad solo contribuyen a la desmotivación social y crean con sus enfoques barreras infranqueables, obstáculos que van contra las leyes dialécticas.

Parafraseando una idea de la filosofía marxista acerca de intelectuales y científicos, debemos decir que los burócratas no consideran a los intelectuales; y estos a su vez, no les queda otra alternativa que aceptar a los burócratas, aunque… sería bueno no aceptarlos, para ver que pasa.

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