Baja: tierra olvidada.
Por veredas casi intransitables, rodeados del pérfido marabú, nos adentramos en Baja, territorio ubicado entre los límites geográficos de Mantua y Minas de Matahambre, otrora cuajado de grandes pinares y extensos pastizales, refugio de piratas y corsarios, que se atesora cinco siglos de historia, desde la temprana fecha de 1596, cuando fuera mercedado por las autoridades españolas.
Acompañados de Osmundo Miranda de la Portilla, último alcalde de barrio de la región y un descendiente directo de familias fundadoras nos internamos en las malezas para descubrir postreros vestigios de la presencia humana en estos predios.
El primer asentamiento en la comarca data de 1774, periodo en el que la región experimentó cierto auge económico con la pesca, la agricultura y la ganadería.
Entre el bosque espinoso apenas quedan trechos del camino real, por donde circularan carretas, volantas y cabalgaduras.
Ladrillos de barro cocido, restos de vajilla, fragmentos de pisos, horcones, rejos de enseres domésticos y objetos de vidrio exponen una historia de construcciones y reconstrucciones que comenzara en el siglo XVIII y concluyera en 1896, con la quema del poblado por las tropas invasoras.
Desandando el espeso y espinoso verde llegamos al cementerio, camposanto donde se sepultaran cuerpos por más de 200 años.
Sus muros y panteones comienzan a ceder ante el paso del tiempo, los elementos y los bándalos que traspasan su verja para saciar la curiosidad, ante la impunidad que supone el abandono.
Tumbas, lápidas y criptas son estrechadas en los caóticos abrazos de hierbas, espinas y lianas, marcando el decursar de generaciones que vivieron casi todos los periodos históricos de esta región pinareña, que feneciera en 1896, por la tea mambisa.
Cuentan que después de la contienda bélica, algunos pobladores regresaron y el camposanto continuó utilizándose, acogiendo difuntos de Minas, Macurijes y de los pocos habitantes de la comarca. En 1978 se realizó la última inhumación.
El tiempo y sus brumas cubren esta región y su futuro permanece incierto. Las prósperas haciendas, un día abandonadas, cedieron a la maraña de espinosas ramas que hoy impide la ganadería y otras actividades agrícolas. Incierto es también el futuro de la necrópolis de Baja, monumento ubicado por caprichosas líneas en tierra de nadie y del cual, con cada día que transcurre, se escapa un pedazo de esa verdad secular de la que provenimos.
Rescatar la memoria histórica del poblado de Baja, tocado por la tea incendiaria y salvar de la destrucción su necrópolis es una obligación fundamental de respeto por nuestros ancestros y una lección de historia para las nuevas generaciones. Los que velan por el patrimonio en la provincia, tienen la palabra.
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