La inercia del Titanic
El 15 de abril de 1912 la embarcación más grande de la época- Titanic- se hundió en las gélidas aguas del atlántico norte, llevándose consigo más de 1500 almas.
A las 23,40 horas el vigía Fleet divisó una masa oscura justo a unas 500 yardas (455) metros del Titanic. Lo normal era avistar los iceberg al menos a 2000 yardas pero, los observadores del Titanic carecían de prismáticos. Inmediatamente, Fleet hizo sonar la campana y llamó por teléfono al puente. El primer oficial Murdoch ordenó todo a estribor y la puesta de las máquinas en reversa...
Parece imposible que invirtieran menos de 14 segundos entre el proceso de avistaje y el momento en que el timonel comenzó a girar la rueda. Navegando a 21,5 nudos en 10 segundos el barco avanzó 110 metros. El Titanic colisionó e irremediablemente y se fue al fondo del océano. Más de 46 000 toneladas, lanzadas a tal velocidad tenían un enemigo mortal: la inercia.
En la actualidad, muchos procesos que implican a la sociedad en su más amplio diapasón corren los mismos riesgos del "Ship of Dreams". Si analizamos la necesidad de cambio -cuestión inherente a todo sistema- nos percatamos de la resistencia enconada, entre otras causas, por la incertidumbre ante situaciones desconocidas, y las posibles connotaciones negativas que se deriven de éste. Mientras el debate entre cambiar y no cambiar se establece y multiplica a todos los niveles, la inercia aprovecha el gigantesco torque del motor, el tonelaje de la nave, la alta velocidad y la reducción en la fuerza del timón, para hacer de las suyas.
Siete días después del VI Congreso del Partido, un dirigente local de la Agricultura planteó en una reunión con más de doscientos participantes que, "los cuadros de su sector ya estaban cambiando la mentalidad". Por supuesto, la afirmación engolada del sujeto, "prefabricada" en un escenario de pérdidas e incumplimientos, y con conocimientos concretos de sus andanzas, provocó la hilaridad general y algunas toneladas más de desconfianza en su gestión. Un director de empresa sentado junto a mí, susurró: "seguro que le trajeron un barco de mentalidades de China".
Mentiroso, oportunista, pícaro -que es lo mismo que tonto- ignoró el personaje que los cambios sólidos sucesores de la inercia tienen lugar lentamente y, en un alto porciento de las veces, lastrados de conflictos, fórmulas fatalistas y creencias reacias de quienes, en verdad temen al cambio por simple condición humana, o los que- peor aún -no les interesa cambiar porque el libre desplazamiento del buque- o sea, la inercia- les conviene.
Buscando en el Larousse, encontré que, la palabra inercia es la propiedad que tienen los cuerpos de permanecer en su estado de reposo o movimiento, mientras no se aplique sobre ellos alguna fuerza, o la resistencia que opone la materia al modificar su estado de reposo o movimiento; a tan significativo concepto agregué el click derecho del mouse y supe, además, que inercia es, apatía, desidia, indolencia, flojedad, pereza, desgana, dejadez e indiferencia, sinónimos suficientes para replantearnos una vez más los dolores de cabeza que aporta tan "inocente" magnitud cuando el resultado final de un proceso productivo, asume como estandarte la navegación sin pala, hélice, vela o motor.
La primera vez que descubrí esta acepción de, inercia, fue tras el desbarate provocado por Isidore y Lily en el noroccidente de Pinar del Río. Arrasadas las tierras de cultivo, no quedó otra solución que comprar en la antigua provincia Habana, toda la vianda que por meses consumimos acá, en una tierra otrora considerada el viandero de occidente. Pues bien, cuando después de un tiempo prudencial en el que, la supuesta recuperación del boniato y la yuca debía ser un hecho, casi morimos del susto al escuchar el comentario de un encumbrado:
"Compañeros, ya nos estamos recuperando en la Agricultura"
Momento de sonrisas, alivio y romanticismo con tufos territoriales.
"Ya no tenemos que ir a La Habana a buscar viandas... ahora vamos a Sandino, que es más cerca."
No exagero si digo que algunos se cayeron de sus sillas. Para aquel directivo la cuestión no estaba en el esfuerzo por lograr producciones en renglones tradicionales del territorio; alimentos que fluirían al mercado y aliviarían la carga del estado. Para él todo se resumía en una cuestión de combustible y distancia.
La mayoría de las veces, los que nos dedicamos a expresar estos pensamientos "en voz alta", terminamos con algún tipo de latiguillo simplón, mitad advertencia, mitad "lección" que nadie escucha pues, el curso de la vida es mucho más rico que una hoja de papel gaceta o la pixelada multicolor de una página Web.
Yo, resistiéndome a esa misma inercia rutinaria, la misma que llevó al Titanic contra el fatídico iceberg, aquella madrugada de abril del 1912, culmino con una pequeña anécdota. Días atrás, me encontraba reparando una fuente de PC en casa de un amigo ingeniero que estudió en la ex Unión Soviética. El trabajo se las traía y buscábamos variantes para enfrentar el problema.
Mira -me dijo- los profesores rusos decían que, para crear algo nuevo hay que desprenderse del prejuicio anterior. Por ejemplo, si te digo, "cargar agua", piensas en el cubo, ¿Ajá? Pues bien, para cambiar algo hay que enfrentarlo desnudo de prejuicios, sin inercias... eso decían los soviets...
Tremenda razón tenían los "товарищи"(camaradas) y, aunque no les haya servido de mucho por lo del desmerengamiento, las experiencias quedan, provengan de donde provengan, lo mismo para arreglar una fuente conmutada, dirigir un proceso industrial o sembrar vegetales; lo importante es mantener a raya la inercia.
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