Los amigos de Facebook.
Camino a mis deberes, decido atravesar el parque central de la villa. El invierno pica cercano pero, las irregularidades que impone el cambio climático, hacen que los árboles aún se vistan de verano e inviten a una buena charla que haga olvidar la canícula sofocante de Diciembre. Saludo a dos cofrades y, cuando pretendo continuar, un tercero me detiene para, con desenfado pueril, rodeado de sus sociales que vagan, o vacacionan, me lanza la pregunta de la mañana:
"¿Desde cuándo no tiras con Perico?, Por si no lo sabías, llega mañana. Él me dijo que era tu amigo en Facebook."
Y sin darme tiempo a una respuesta, agrega.
"Si lo contactas, le preguntas que a qué hora llega su vuelo."
Los involuntarios que asisten a la conversación intercambian miradas cómplices, un vejete carraspea y un tercero se levanta y coge rumbo noreste, rumbo a la iglesia, o más allá.
Entonces yo respondo:
"Hace varios días que no entro a Facebook, porque he estado atareado pero, si lo contacto le doy tu saludo, no te preocupes."
De lo del vuelo, no agrego nada, y no lo hago por omisión, sino porque lo más seguro es que se me olvide y, por otra parte, no puedo acostumbrar a las personas a esa especie de mensajería de la que participa cada servicio de correo electrónico en esta isla.
Minutos después, en medio de una reunión aburrida, medito y me confirmo cuánto precisan saber nuestros compatriotas de esa nueva forma de comunicación que poco a poco se cuela por entre los intersticios de nuestra sociedad motivada por la tecnología de Telesur, los medios masivos nacionales que invitaa a "chocar" con la triple dobleve, las series y telenovelas del "paquete semanal", y los que vienen de allende y aquende los mares, y la describen como, "entretenimiento lleno de personas que hacía tiempo no veían".
Y yo, que no me sustraigo a las "distracciones" de la red social, también tengo cientos de amigos en Facebook, distribuidos fundamentalmente entre las decenas de lectores floridanos de Ecos de Mantua-publicación digital de nuestra localidad- quienes, voluntariamente, emigraron hacia mi página social.
También me siguen internacionalistas en otras partes del mundo, latinoamericanos que concuerdan con mis ideas de izquierda y otras utopías que conservo porque sí, y hasta algunos españoles y canarios que se divierten y reflexionan con mis "cubaneos" en la web de TelePinar.
Tengo otros seguidores, belicosos que no rechazo; son los que me fustigan por ser cubanito rojo, o sea, raulista, fidelista y todo aquello que les causa fobia a quienes no entienden mi disposición a la diversidad, que en ningún caso significa claudicación, ni tampoco, enemistad.
El caso es que algo tan incipiente como las redes sociales, poco conocidas entre los cubanos de a pie, por las limitantes objetivas del acceso nacional a la Internet, tiene necesariamente que levantar "sospechas" entre los que escuchan de tantos "contactos" y "devaneos" lanzados en el mismo saco.
¡Aaah!, los años ochenta del pasado siglo y yo, caído de "fly" en un preuniversitario en el campo, desvalido y desorientado, me reencontré con Perico, ese mismo amigo de Facebook, camarada de aventuras en las calles de Mantua, durante las tardes- noches en que la muchachada se iba hasta la cancha del poblado para ver jugar voleibol a los rusos de la base del CAME, tomar Frozen y comer sorbetos. Perico me ofreció abrigo en un lugar llamado, "cuarto de los locos", para poder "escapar" uniforme, libros y una cama donde dormir.
Después del bachillerato, nos separamos: yo a estudiar Inglés y él tomo los derroteros que supuso mejores. Un tiempo después lo volví a ver en las calles de mi pueblo: era el mismo de antes, sin pisca de malicia, humilde, bonachón, igual dejo de melancolía en sus ojos buenos y el mismo sentido de justicia que lo caracterizara en aquellos tiempos cuando me extendió la mano en el pre siete de Sandino, recién llegado, yo, de los sofisticados albergues de una escuela de artes.
Del cuéntame tu vida supe que vivía en Miami y que no podía sacarse del corazón este pedazo de tierra donde correteamos de chicos. Supe también que tenía una novia en mi barrio y que pretendían casarse.
Nunca le pregunté por qué se fue, y de sus palabras conocí su asiduidad al sitio web de mi pueblo, el mismo que lleno cada mes de anécdotas, cuentos e historias pasadas y presentes para mantener la presencia local en cada corazón que quiera latir por Mantua.
Días después del reencuentro hallé su solicitud de amistad en mi página, y también la de muchos de sus amigos, y la de amigos de sus amigos. Desde entonces, la tecnología lo pone en el camino de mi yo ciberespacial. A veces intercambiamos, otras, cuando está trabajando, me devuelve el saludo, y yo lo comprendo.
Esa amistad extendida a los ceros y unos del mundo digital, nunca ha sido manchada con falsos pudores o diatribas tan usuales entre los que intentan "disciplinarme" por ser como quiero ser.
Como él, tengo otros amigos.
En una ocasión alguien con el día frustrado le reprochó a uno de mis camaradas de la web, "estar leyendo el Ecos de Mantua, ése". La respuesta fue inmediata y efectiva: "el Ecos de Mantua, ése, me recuerda mi tierra, mi familia, mis amigos y la tumba de mi madrecita. Por esa tierra, compadre, hago y haré lo que sea".
Días atrás regañé a una "prima" residente en Gran Canaria- encontrada gracias a Facebook- por comentar de forma virulenta una fotografía con dos panes paliduchos y una libreta de abastecimientos. La famosa libreta,- le dije- no es invento nuestro; los británicos en su momento, isleños como nosotros, se vieron precisados a usarla para alimentar a su población. Para nosotros, significa una forma de distribuir lo poco que tenemos, y a mí, en lo personal, me recuerda lo mucho que podríamos tener si el cerco económico que nos imponen los yanquis, mil veces negado y mil veces presente, no intentara estrangularnos desde hace más de un siglo.
Mi prima sigue siendo mi amiga, y junto con su disculpa, recibí el beso de bits que conservo en el lugar más privilegiado de mi corazón.
Hernán es otro de esos amigos de Facebook que me encontraron en la red. Pertenece a ese tipo de persona con la sensibilidad superlativa para ayudar a los más necesitados sin estar mirando cuánto tendrá que invertir en el intento.
De otros amigos y amigas, con ideas muy diferentes a las mías, tengo el respeto que, por igual les retribuyo, y confieso que, de sus actitudes he aprendido más que de quienes hacen sucumbir la sinceridad a la simulación.
Estamos en presencia de una nueva forma de intercambio social, que para nada queremos ignorar; una tendencia creciente que transita los caminos de la diversidad y que no debe ser vista, ni con superficialidad, banalidad, o estigma.
Mi experiencia me ha confirmado, después de varios años de redes sociales, que nada puede retorcer valores cuando son sólidos, que los conceptos parciales y mercenarios en la red, no captan voluntades, que son más los buenos que los malos, y que, ese Facebook, hasta el presente poco conocido entre mis compatriotas, puede convertirse, de hecho ya lo es, en otro grano de arena en nuestra lucha por un mundo mejor, solo es cuestión de enfoque.
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