Invictus, el juego que transformó a un país.
"I am the master of my fate:
I am the captain of my soul. "
William Ernest Henley
Han pasado varios días y aun soy presa de una indescriptible opresión en el pecho y la humedad inevitable que empaña mis ojos tras evocar, una y otra vez, las imágenes de un filme capaz de cambiar la visión de la vida al hombre más encumbrado y también al más simple de los mortales. El diario Granma anunciaba el duelo oficial por el fallecimiento de Nelson Mandela, gran amigo de Cuba, y la Televisión cubana hacía homenaje al hombre extraordinario que fue con la cinta, Invictus.
En la lejana fecha del 2009, perseguí y encontré- pendrive en mano- este drama deportivo dirigido Clint Eastwood y protagonizado por Morgan Freeman y Matt Damon, tras ver su thriller y leerme la sinopsis en la carátula de un CD. Por eso, la satisfacción tras el reencuentro con una cinta fundamentalmente humana, con lecciones tan evidentes y necesarias en estos tiempos fatales que vive el mundo.
Los primeros años vividos en Sudáfrica tras la abolición del apartheid fueron difíciles: de una parte, la mayoría negra, marginada por un sistema de normas y leyes segregacionistas instaurado más de 40 años atrás con el fin de reducir a cero la dignidad humana; de la otra, la minoría blanca, pavorosa del posible revanchismo del nuevo gobierno, y en el centro de tal turbulencia, Mandela- "Madiba"- dispuesto a construir una política de reconciliación en un país de contrastes, habitado por 42 millones de almas.
El filme en cuestión narra la atención de Mandela en los Springboks, selección sudafricana de rugby, a la sazón perdedora y sin el apoyo de la población negra, que lo identifica con el apartheid y prefiere aplaudir a cuantos se midan con los locales.
"¿Es el Rugby una estrategia política?"- preguntan a Mandela.
"Es una estrategia humana"- responde, y en otro momento agrega: "este país está sediento de un protagonismo, de una gran visión".
Así, cada segundo de metraje nos conduce a sucesivas lecciones de grandeza y humildad, delineantes de una personalidad que seduce, dueña de un pensamiento y una visión de la vida poco común.
"Un hombre que pasa casi treinta años en prisión y al salir está dispuesto a perdonar a sus captores", palabras de Francois Pienaar, capitán de los Springboks, interpretado por Damon; admiración del hombre blanco por el ser de piel negra que creció moralmente, en décadas de prisión infame, con el concurso de sus propias convicciones y la poesía de sus captores: el amo de su destino, el capitán de su alma.
Hay en el filme grandes códigos de ficción, probables aconteceres que refuerzan una idea, hasta ahora en construcción, pero definitivamente en marcha: dos policías blancos comparten espacio con un niño negro mientras escuchan en la radio del auto las novedades de un juego que paralizó al país, spot solo en apariencias insignificante, insertado una y otra vez entre las escenas que narran la final de la Copa Mundial disputada en el Ellis Park de Johannesburgo.
"Springboks", equipo de colores "blancos" llega al estadio con una dimensión diferente, tras año intenso de, "embarrarse" de pueblo, anhelos y, también, de las miserias provocadas por el apartheid; ejemplo dibujado a grandes rasgos, pero presente de que, el deporte hermana a los hombres.
Cuando el 15 de diciembre, el planeta despida definitivamente la presencia terrenal de un ser pleno de compasión e infinito amor por la humanidad, tendremos, entre los miles de recuerdos, esta joya cinematográfica que habla de un país, un juego de blancos, una democracia pujante y un Nelson Mandela para el que, "nada pasa desapercibido".
Historia de asombros e imposibles, imágenes para quemar en DVD y tenerlas a mano con el fin de renovarnos cada vez y enseñar a los niños y jóvenes que la humildad es la mayor de las grandezas, que el racismo solo vive en la mente de los hombres, que el perdón y la reconciliación son más fuertes que el odio y el antagonismo y que, toda la gloria del mundo- ya lo dijo el Maestro- cabe en un grano de maíz.
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