El Municipio de Baja.
(Con el asesoramiento de José M. Barrios)
Cuando el 10 de diciembre de 1857 Antonio de Quintana, Bartolomé Aulet y Pedro de Elizagarate solicitaron al Capitán General de la Isla la creación de una Alcaldía Mayor en Mantua jamás imaginaron la suerte que correría la zona de Baja, la que, posterior al 1 de septiembre de 1866, surgió como municipio. Esta fecha marca la creación oficial del Ayuntamiento mantuano y con éste la dependencia en todos los órdenes de Baja al nuevo consistorio.
Baja se encuentra ubicada en lo que ahora es el límite de Mantua y Minas de Matahambre, justo al norte. Los libros de actas del Antiguo Ayuntamiento narran de forma un tanto borrosa todo el trayecto recorrido por el territorio de Baja después de 1866. Al percatarse de las iniciativas de sus vecinos mantuanos sus habitantes quisieron ser independiente en el plano jurídico y según se recoge en los libros antes mencionados, Baja logró ser un municipio antes que Mantua conquistara sus primeros éxitos como primer partido de la región.
Hoy conocemos de haciendas ganaderas, vegas de tabaco, hornos de cal y hasta el intento de un ingenio azucarero en esa tierra casi olvidada. Según cuentan los de más edad, Baja sirvió de refugio a las autoridades españolas en 1896 cuando Maceo trae la guerra a occidente, y al incendiarse el poblado mantuano el 22 de febrero de ese mismo año, muchas familias se resguardaron allí: por eso en la actualidad se conservan casi todos los libros del ayuntamiento. En esos momentos ya no era una municipalidad.
Según Emeterio Santovenia, ese estado de cosas duró poco tiempo, es posible que apenas algunos meses, pero lo cierto es que hasta nuestros días han llegado incontables documentos que prueban la existencia de una próspera comarca; fe de ello dan las actas de nacimientos y defunciones conservadas en el Registro Civil del la cabecera municipal.
Un elemento de vital importancia nos ayuda a comprender mejor ese pasado y es que allí existió quizás uno de los primeros cementerios del noroccidente. El tiempo ha hecho sus estragos en lo que queda del campo santo, pero las tumbas en las que reposan muchos de nuestros ancestros se distinguen sin dificultad. Las obras de construcción del mismo fueron de las mejores y más tratadas, incluso comparadas con las del cementerio de Mantua. Hoy la naturaleza impide recorrer la totalidad de su superficie y el desinterés humano contribuye a que desaparezca un extraordinario pedazo patrimonio de nuestra historia colonial.
Después del triunfo de la Revolución Baja quedó deshabitada. Muchas familias trasladaron sus hogares a Mantua y otras a Minas. Allí quedó abandonado a su suerte todo lo que formó parte de esa jurisdicción. Hoy solo existen las ruinas y los recuerdos que cuentan los abuelos. Lo más curioso es que hasta el momento ninguno de los dos municipios (Minas y Mantua) han decidido rescatar el valor patrimonial de las construcciones que sobrevivieron a los estragos de la naturaleza, el tiempo y el hombre. Allí reposa parte de la identidad de mantuanos y mineros; salvando lo que queda contribuiríamos a preservar la memoria del sitio que guarda nuestras raíces.
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